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viernes, 11 de marzo de 2022

MAGISTRA VITAE


Año tras año, en 2° de E.S.O. me detengo unas semanas a hablar del reinado de los Reyes Católicos. Lo hago, en primer lugar, porque es preceptivo según el currículo educativo vigente, pero también porque creo que es un periodo central en la historia de España y, además, resulta atractivo a los alumnos. 

Hablamos del final del reinado de Enrique IV de Castilla, de la Guerra de Sucesión Castellana (1474 - 1478), de la conquista de Granada, del descubrimiento de América y también de la expulsión de los judíos en 1492 y el establecimiento de la Inquisición en los reinos hispánicos. Pero, cada curso, en lo que más me detengo no es en las cuestiones sobre el fortalecimiento del poder real o en la política expansiva, sino en los chascarrillos de los reyes y sus hijos, en su vida privada, en sus líos familiares y en la tragedia que vivieron. Lógicamente esto entusiasma a los alumnos, que suelen tener, como todos, esa pulsión irrefrenable hacia el morbo y lo grotesco. 

Cuando hablamos de la Guerra de Sucesión Castellana, recalco la idea de que Isabel tuvo que defender su trono en una guerra. Algo que suele pasar desapercibido. Es importante que conozcan que parte de la nobleza castellana la quería de reina porque una mujer era, en teoría, fácilmente manipulable. También insisto en que su contrincante en la contienda era otra mujer, su sobrina Juana "la Beltraneja", a la que muchos apoyaban por los mismos motivos: una reina de apenas doce años garantizaba las manos libres a los magnates castellanos. Entre ellos el Arzobispo de Toledo Carrillo y el marqués de Villena, que cambiaron de bando varias veces. 

Las preguntas que habitualmente les planteo son ¿hubiese habido guerra si Isabel hubiese sido un hombre? ¿Y si Juana "la Beltraneja hubiese sido Juan se hubiesen atrevido los nobles castellanos a cuestionar la paternidad de Enrique IV?

Los alumnos miran embobados cuando les cuento el destino de los hijos de Isabel y de Fernando. Pusieron a sus vástagos al servicio de su política exterior, con el objetivo de aislar a Francia. Escuchan con extrañeza las peripecias de las hijas, que fueron enviadas a lejanos reinos - Portugal, Inglaterra, Flandes - para fortalecer las alianzas con esas cortes. Y que el único hijo, Juan, se casó con una princesa nacida en Bruselas. ¿Y no les daba pena marcharse tan lejos? ¿Y cómo se entendían? ¿En qué hablaban? Dudas cotidianas asaltan las mentes de los adolescentes ante estas historias.

Las risas inundan los primeros momentos del relato de las desdichas que persiguieron a la familia de los Reyes Católicos. El príncipe Juan, recién casado con Margarita de Habsburgo, murió en 1497 con solo diecinueve años. ¿Y de qué murió? De amor. Las carcajadas son mayúsculas cuando aclaro que, según las fuentes, hizo demasiado esfuerzo en la noche de bodas. Algo que, al parecer, le provocó la muerte.

También siguen emocionados los sucesos posteriores. La primogénita Isabel, casada con el rey de Portugal Manuel "el Afortunado", tuvo que regresar a Castilla para jurar como heredera. Al poco tiempo falleció al dar a luz a su hijo, Miguel de Paz. La joven tenía veintisiete años.

El niño murió también a los dos años por más que su abuela, la reina Isabel de Castilla, se afanó en cuidarlo y atenderlo pues era el heredero no solo de Castilla y Aragón sino también de Portugal. ¡Madre mía, se mueren todos! ¿Pero no queda uno vivo? ¡Todos 'la palman'!

La clase, sin embargo, enmudece cuando me pongo serio, termino con las anécdotas y concluyo: ¿Qué esperáis? La muerte siempre acecha. Antes y ahora. Es la gran protagonista de la Historia: cambia destinos, cierra caminos, abre nuevas oportunidades. Eso ocurre también en la vida cotidiana. En nuestra vida. La muerte está presente y hay que vivir con ella.

Y luego les planteo una reflexión: Imaginaos ahora el terrible sufrimiento de una madre, Isabel (y de un padre, Fernando), al ver morir a dos de sus hijos y a su nieto en apenas tres años. Imaginaos el dolor al saber también que su heredera, Juana, sufre trastornos mentales y que tiene comportamientos anormales. Isabel murió en 1504 con solo cincuenta y tres años.

El grupo de alumnos, da igual cuántos haya en la clase, enmudece. Lo que eran risas y comentarios se transforman en rostros pensativos y cabizbajos. Y la reflexión va un poco más allá al introducir a otro personaje del que habíamos hablado poco: Juana, a la que la apodamos "la Loca".

¿Estaba realmente loca? Hoy no se puede saber. Según algunos investigadores tendría algún tipo de trastorno de conducta. Según otros, su locura fue producida por las circunstancias que la rodeaban. Lógicamente, al plantear esto, los alumnos quieren saber más y preguntan.

Al parecer, su esposo Felipe "el Hermoso" la maltrató en repetidas ocasiones. Ella alternaba episodios de amor desenfrenado, celos y odio hacia su marido, quien la tuvo también un tiempo encerrada en palacio. Su padre, el rey Fernando, la encerró en Tordesillas en 1506 al comprobar que no estaba capacitada para gobernar (y porque así él podía hacer y deshacer a su antojo en Castilla). Y su hijo, el emperador Carlos, la mantuvo de por vida encerrada hasta su muerte en 1555. Ella tuvo la suerte de vivir mucho más que sus hermanos mayores, pero fue víctima de su esposo, de su padre y de su hijo. 

Los rostros de los alumnos reflejan al final de la clase una mezcla de emoción, tristeza e indignación. Esto no tienen que estudiarlo para el examen, pero las lecciones que se pueden tomar de estas historias son mucho más valiosas que de costumbre. Incluso las mujeres más poderosas de nuestra Historia tuvieron que sufrir y luchar por conseguir lo que consideraban suyo. En la Historia, como en la vida, no hay ni buenos ni malos, todos somos el fruto de diferentes circunstancias. La muerte está presente aquí y allí y hay que vivir con ella. La Historia es a veces perversa condenando a Juana para siempre a la locura.

Ya lo dejó escrito Cicerón en su "De Oratore": Historia vita memoriae, magistra vitae. 


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