Según la tradición, cuando los fenicios llegaron al extremo occidental
del mundo hacia el siglo X a.C., se encontraron con una tierra inhóspita, tan
pronto seca como húmeda, tan pronto fría como calurosa. Una tierra
contradictoria. Aquellos fenicios, que buscaban crear una colonia donde
comerciar con los indígenas necesitaron tres viajes hasta dar con el lugar exacto,
más allá de las columnas de Hércules. Allí fundaron Gadir.
Pero Gadir sólo era la puerta de entrada a una tierra inmensa, habitada
por gentes que unas veces eran hospitalarias y otras guerreaban sin cesar hasta
expulsar a los extranjeros de su territorio. Allí, donde abundaban los metales
y unos extraños animales, los conejos. Quizá por eso, a aquel lugar lo llamaron
“I-Span-ya”, según unas fuentes “tierra de conejos”, según otras “tierra donde
se forja el metal”.
A esa inmensa isla, pues para los fenicios era isla, los griegos la
llamaron Iberia y en el siglo III a.C. los romanos la llamaron Hispania. Una
tierra inmensamente rica, inmensamente inhóspita y con habitantes hostiles. Las
legiones romanas tardaron dos siglos en conquistarla por completo mientras
otros países de Europa como la Galia fueron conquistados en cincuenta años.
Pero Hispania era más que una división administrativa del Imperio
Romano. Era un región del mundo conocido, a la Península Ibérica se la conocía
como Hispania y siempre se la tomó como un todo. Hispania era tierra de
filósofos, de emperadores y de buen vino para los romanos.
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Moneda con la efigie del Emperador Adriano, de origen hispano. En reverso se puede ver la alegoría a su tierra natal, Hispania. |
Siglos más tarde, a esa tierra, los árabes la llamarían al-Ándalus, siendo
sinónimo de Hispania. También la llamaron Hésperis en alusión a una de las
horas, las guardianas que custodiaban el tiempo desde el alba hasta el
anochecer. La tierra donde se pone el sol.
Por aquel entonces, en el siglo VIII d.C. en el norte de Hispania se
habían hecho fuertes algunos irreductibles visigodos en cuya mente se encontraba
ya la idea de reconquistar “la España perdida”. Y es que estaba claro que
Hispania era mucho más que una región, era ya una tierra con identidad propia,
ocupada por el Islam pero con un corazón común.
Se dice también que los francos llamaban “hispani” a todos los
habitantes del sur de los Pirineos que llegaron a la Galia huyendo del Islam. Todos aquellos “hispani” tenían un
sentimiento común de pertenencia a algo superior, a una tierra legendaria:
Hispania.Tanto es así que en plena Edad Media, cuando la Península se encontraba
dividida en multitud de reinos, algunos monarcas se titulaban “Rex Hispaniae”
haciendo referencia al “Regnum Hispaniae”.
Había muchas Españas, tantas como reinos peninsulares, pero sólo había
un sentimiento, el de pertenencia a una nación. En el horizonte se encontraba la
unificación y esta debería ser con los reinos de Castilla y Aragón. Portugal, perteneciente
a la región de Hispania, no se unió y cuando lo hizo sería ya demasiado tarde.
Desde entonces, Hésperis, Hispania, al-Ándalus, España, las Españas o Iberia ha permanecido
unida. Los españoles, esos seres peculiares que habitaban aquella tierra
inhóspita y rica, han permanecido siempre juntos.
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