En la calle de la Escalinata, en el centro de Madrid, existe una pequeña tienda donde venden deseos. No los venden, en realidad; la propietaria te enseña a formular tus deseos y te proporciona todo lo que necesitas para lograrlos: un papelito, un cordel y un bolígrafo. Según sus instrucciones, debes escribir el deseo en presente o en pasado, como si ya lo hubieses cumplido, y no olvidar nunca precisar con exactitud cuándo lo vas a lograr. Especificar el año o el mes con determinación es fundamental para que se realice, según cuenta la mujer convencida.
Puedes pedir cuantas aspiraciones tengas, pero escríbelas con oraciones claras y precisas, para que nadie tenga dudas de lo que quieres. Después, el ritual se completa colgando el papelito en el muro exterior de la tienda, junto con los otros, y tocando la campana que avisa al destino de que tiene un nuevo cometido. A quien se encarga de cumplir esos deseos, sea quien sea, se le acumula el trabajo porque hay más de 40.000 papelitos en la fachada del local. Supongo que el azar, o quien se encargue de estos menesteres, lleva un orden así que irá cumpliendo los deseos poco a poco. Seamos pacientes.
La tienda de los deseos es el típico lugar que uno descubre por fortuna cuando pasea por el centro de Madrid, cerca de la Plaza Mayor y del Palacio Real. Es uno de esos locales que nadie espera, que nadie sabe que existe hasta que lo descubre por casualidad o lo ve anunciado en Instagram o TikTok. Luego se hace popular y los visitantes acuden a él como si fuera una atracción turística más. El establecimiento tiene aspecto de sala de estar, no de un comercio al uso: una mesa central, una chimenea antigua, una estufa, un gran espejo, unas cortinas rojas, varios relojes. Sobre la mesa, están en venta llaves mágicas para encontrar el amor, el trabajo, la paciencia, el dinero, etc. También se ofrecen libritos con consejos para alcanzar deseos, anhelos y aspiraciones.
A la izquierda, sobre un estante destacan varias fotografía antiguas de Madrid con sus respectivas descripciones. Son ejemplos de deseos cumplidos. ¡Y qué deseos! Una de ellas muestra el Palacio Real y en el pie de foto pone: "El Palacio Real fue un deseo del rey Felipe V hecho realidad". Junto a ella se encuentra otra de la fachada de la Catedral de la Almudena y el texto dice: "Fue deseo del rey Alfonso XII construir una gran catedral para la capital de España". Más allá, se exhibe otra imagen, ésta del Museo del Prado: "Fue la segunda esposa de Fernando VII, María Isabel de Braganza, quien deseó crear un museo de pinturas".
Mucha gente, la mayor parte turistas que han descubierto la tienda en las redes sociales, se arremolina en la humilde puerta roja del establecimiento. La fachada exterior está invadida por completo de papelitos blancos colgados por todos lados. Papelitos que son deseos, anhelos, esperanzas. Cada uno tiene a una persona detrás, alguien que espera que se cumpla lo que escribió en aquel trozo de papel. Desde luego, son deseos mucho más modestos que los de los monarcas, pero también más humanos. Un papelito dice: "Deseo que, en 2025, mi tía cumpla 101 años y que esté bien".
La mayoría de los mensajes son parecidos aunque estén escritos en diferentes lenguas. Los hay en castellano, en inglés, en francés, en italiano e, incluso, en árabe. El destinario de estos mensajes debe de ser políglota. Y parece que todos aspiramos a lo mismo. La felicidad se reduce siempre a tres cosas: salud para la familia, amor y un buen trabajo. Algunos piden también paz y tranquilidad. Cuando lo leí pensé que en ellas también se encuentra la felicidad, que son ambas una forma serena y madura de felicidad y, al parecer, muchas gente lo cree así.
Todos los mensajes son anónimos pues no es necesario especificar el remitente. La estrella, la ventura o la divinidad que se encarga de hacerlos realidad ya sabe quién escribió qué. Uno de los mensajes dice: "Que pueda reencontrarme con mi enamorado que está trabajando en otro país". En otro, que cuelga a su lado, leo: "Quiero que seamos amigos y estemos juntos para siempre". Y al leer un tercero no puedo evitar sonreír: "Quiero seguir con la persona que me da la vida y por la que viene en ella". El último que leo no es muy original: "Quiero salud, paz, éxito y felicidad".
Yo también escribo mi mensaje en un papelito, con cuatro deseos claros y precisos para que los entienda bien quien tenga que hacerlos realidad. Luego ato el papel con el hilito junto a los otros, en una esquina del muro, entre la maraña de hojitas que cuelgan en el exterior de la tienda. Por último, toco la campana de la puerta roja, como debemos hacer para que todo se cumpla. En el instante final de la secuencia, cuando estoy a punto de alejarme del muro de papelitos definitivamente, uno de ellos llama mi atención. Me acerco una última vez y leo: "Que todos siempre encontremos el camino sin importar a donde queramos ir".