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domingo, 23 de febrero de 2025

LA TRAICIÓN DEL EMPERADOR JOVIANO


En el año 360 d.C. el rey Arsaces II de Armenia corrió a pedir auxilio al emperador romano Constancio II, que se encontraba en Capadocia. Temía un ataque militar del gran rey de Persia, Sapor II. Tanto Constancio II como su sucesor Juliano firmaron tratados de amistad con el armenio y le prometieron ayuda frente a las agresiones persas. Los vientos cambiaron pronto porque sólo tres años después, en el 363, el nuevo emperador de Roma, Joviano, acordó la paz con Sapor II y los persas ocuparon extensos territorios armenios. Arsaces, abandonado por los romanos, fue capturado por los persas y ejecutado en el año 368. Era el resultado de la traición del aliado y la victoria del agresor.

En pleno siglo XXI se ha repetido la misma historia, los ecos del pasado que no cesan en el presente. En el año 2022, Estados Unidos prometió a Ucrania ayuda militar para hacer frente a la agresión rusa. Bajo el paraguas de la OTAN, Europa y Estados Unidos se comprometieron a sostener a Ucrania frente al imperialismo de Moscú. Tres años después, sin embargo, el nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, negocia ya un acuerdo de paz con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, sin contar con los ucranianos. Como la antigua Armenia, Ucrania va a ser desmembrada y repartida. El presidente Zelensky es el nuevo Arsaces, vendido por su aliado y a merced de su enemigo.

Aquel emperador romano que traicionó a Arsaces, Joviano, pasó a la historia como un gobernante débil y corrupto. Firmó un acuerdo inexplicable con los persas, el enemigo tradicional de Roma, y acabó humillándose ante ellos, pues retiró las tropas romanas al otro lado del río Tigris, después de siglos de luchas contra la Persia Sasánida. Un milenio y medio después, el mundo contempla estupefacto cómo el orden internacional que se había mantenido desde el final de la Guerra Fría está siendo demolido por el presidente Trump. En apenas un mes en el cargo, ha dejado de lado a sus aliados tradicionales, los países europeos, y se encuentra en vías de entendimiento con el dictador ruso. Asistimos al desplome del orden internacional surgido después de la Guerra Fría. El mundo es ahora más inestable e impredecible. 

En las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia no cuenta la opinión de los ucranianos ni la de los aliados europeos, tampoco los acuerdos y los valores políticos y culturales compartidos. Sólo importa el ímpetu impredecible de dos hombres, Trump y Putin, que creen tener el mundo a sus pies. Cínico como pocos, el presidente Trump presenta ahora al agresor como agredido y a la víctima como agresor para justificar su cambio de postura. En realidad, el concepto de poder del nuevo presidente norteamericano se asemeja más al de Putin y otros tiranos que al de las democracias europeas. Ucrania, en este contexto, importa poco. Así que ya ha triunfado la fuerza, la violencia arbitraria, el imperialismo y la mentira. 

En el mundo vuelve a imperar la ley del más fuerte, como a principios del siglo XX. Y esto ha envalentonado a numerosos líderes mundiales. ¿Quién se atreve ahora a pedir explicaciones a Netanyahu por las atrocidades en Gaza o la invasión del Líbano? ¿Quién puede alzar la voz contra la invasión de la Republica Democrática del Congo por las fuerzas ruandesas? ¿Quién osará impedir, en este contexto, que China invada Taiwán? ¿Quién va a pedir explicaciones cuando el rey de Marruecos ordene invadir las ciudades españolas de Ceuta y Melilla? El orden internacional está roto, las Naciones Unidas, que nunca han servido para gran cosa, han quedado por completo desacreditadas y ninguna gran potencia apuesta hoy por la concordia entre las naciones, el entendimiento tranquilo y la mesura en la toma de decisiones. 

Vivimos en un mundo de grandes tiranos: Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Trump en los Estados Unidos. Triunfan aquí y allá los líderes mesiánicos, que se presentan como héroes todopoderosos que creen saber la voluntad de sus pueblos. En otros países también han surgido este tipo de líderes, aunque su fuerza e influencia es desigual. Hoy el mundo se parece más al de los años treinta que al de los años noventa del siglo XX. Los engaños, las mentiras y las trampas justifican decisiones arbitrarias, incomprensibles, en aras de intereses personales, poniendo en riesgo la vida de millones de personas. Vivimos en un mundo de sátrapas, de déspotas mentirosos y corruptos, donde la democracia auténtica, como la entendemos en Europa, no tiene cabida. 

Pero todo esto oculta otras cosas. La Roma de Joviano era una Roma en crisis, que había perdido sus valores tradicionales, una Roma decadente, incapaz de asumir que su tiempo había pasado ya. ¿Qué ocurre con Estados Unidos ahora? La deshonra por la firma del humillante tratado con los persas persiguió siempre a Joviano y hoy la Historia lo recuerda por aquello. Lo encontraron muerto en su tienda en Dadastana (actual Turquía) unos meses después de ascender al poder. Quizá murió asfixiado por el humo de una estufa. O quizá fue envenenado con setas. Da igual. Joviano fue uno más de los malos gobernantes de aquel imperio sumido en su crisis definitiva, una civilización que estaba a punto de sucumbir.