EL SOLDADO QUE LUCHÓ TREINTA AÑOS MÁS
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, Hiroo Onoda, un joven de dieciocho años, decidió alistarse en el Ejército Imperial Japonés. Su deseo era servir a su patria y ayudar para que Japón dominase Asia. Onoda ya había trabajado algunos años en una fábrica japonesa en China pero entonces, decidió que había llegado la hora de contribuir al engrandecimiento del Imperio del Sol Naciente.
Cuatro años después, en 1944, cuando el retroceso de los ejércitos japoneses en el Pacífico era imparable, Onoda recibió la orden que le cambiaría la vida. Las instrucciones del general T. Yamashita eran claras:
"adéntrese en las filas enemigas, pase desapercibido y ocasione el mayor daño posible: destruya pistas de aterrizaje, campamentos enemigos, corte cables de telégrafo,... Nunca se rinda ni se suicide".
Y con esta misión fue lanzado a la isla filipina de Lubang. Allí se reunió con un grupo de compañeros que llevaban tiempo refugiados entre los enemigos norteamericanos y filipinos con propósitos similares. Eran tres, y al poco de llegar, Onoda asumió el mando de la célula. Estaba decidido a cumplir su misión.
Los años pasaron y Onoda y sus subordinados seguían firmes. Practicaban una guerra de guerrillas contra la población local: mataban su ganado, cortaban sus caminos, etc. Incluso ejecutaron a treinta civiles. Era octubre de 1945, la guerra había terminado dos meses antes pero Onoda no lo sabía.
Las primeras noticias del final de la contienda les llegaron a finales de aquel año. Una nota enviada desde un pueblo cercano decía: "La guerra terminó el 15 de agosto, bajad de las montañas". Pero Onoda y sus hombres no se fiaban. Como buenos hombres de guerra creían que era un engaño. Era imposible que el ejército japones hubiese capitulado, así que siguieron en las montañas combatiendo contra las poblaciones filipinas cercanas.
Cualquier noticia que recibían del fin de la guerra era rechazada porque creían que era falsa. No se daban por enterados. Pero el paso del tiempo, las condiciones de la selva y el cansancio iban minando sus tropas: uno de los soldados desertó, otros dos murieron "en combate" y Onoda se quedó sólo.
En 1961, dieciséis años después del final de la guerra, un aventurero japonés se encontró con Onoda en la selva. Seguía en estado de guerra y no se convencía de que su misión había acabado. Onoda afirmaba que sólo capitularía cuando recibiese la orden de su superior.
Por fin el 9 de marzo de 1974, el general Yamashita, quien había enviado a Onoda a Filipinas y entonces se encontraba ya retirado, se personó en Lubang. La orden fue clara, igual que treinta años antes: "vuelve a casa; la guerra ha terminado". Sólo entonces Onoda se rindió y decidió volver a Japón.
Cuando su avión aterrizó en Tokio se convirtió en un héroe nacional, en un símbolo de supervivencia y en un ejemplo de lealtad a la patria. Aunque su país había perdido la guerra, Onoda volvió con su misión cumplida... treinta años después de haberla iniciado.
Onoda (en el centro) haciendo el saludo militar el día de su rendición. La guerra había acabado para él treinta años después que para el resto del mundo. |
* Años después, Hiroo Onoda, se trasladó a vivir a Brasil donde impartió cursos de supervivencia en la selva. Escribió un libro: "Sin rendirse: Mis treinta años de guerra". Murió el 16 de enero de 2014 en un hospital de Tokio. Tenía 91 años y un tercio de su vida lo había pasado en estado de guerra en la selva.