Hablar de usos y costumbres en las Fiestas de San Juan del siglo XXI parece un delirio. El "Lavalenguas" y la "Compra" se han convertido en macrobotellones y el Viernes "de Toros" es hoy una fiesta de disfraces. Nada tienen que ver estas celebraciones con las originales, que se remontan, con seguridad, al siglo XII y es probable (aunque no seguro) que puedan ser incluso prerromanas. Elementos paganos como el culto al toro o la celebración del solsticio de verano se han mezclado desde antiguo con unos mínimos componentes religiosos, la veneración a la Virgen de la Blanca. Por cierto, San Juan Bautista ni está ni se le espera en las Fiestas de San Juan.
Desde sus raíces, los Sanjuanes han tenido diferentes denominaciones: Fiestas de las Calderas, Fiestas de la Madre de Dios y Fiestas de San Juan. Las Calderas, por el día grande de la ciudad, el Domingo "de Calderas", en el que las cuadrillas repartían la carne del toro entre los vecinos pobres y la capital recibía a los forasteros procedentes de otros lugares de la provincia. La Madre de Dios, por la Virgen María, la Blanca, patrona de las fiestas. Y Fiestas de San Juan porque comienzan el jueves siguiente a la noche de San Juan (23 de junio) y se prolongan durante cinco días en los inicios del estío. Diferentes nombres para unos mismos fastos.
Una forastera me dijo una vez que lo más llamativo de las fiestas de Soria era la temática diferente de cada día. En realidad es todo un ritual que comienza mucho antes de la noche de San Juan y cuyo hilo conductor es el culto al toro bravo. En la Edad Media, cada cuadrilla (cada barrio en los que se dividía la ciudad, hoy hay doce) elegía un toro del monte Valonsadero para llevarlo hasta Soria, sacrificarlo y repartir su carne ente los vecinos. Era un rito tribal, una celebración comunal, un ceremonia casi sagrada que se repetía cada año para festejar el solsticio de verano, el día más largo y el calor después del frío y arduo invierno.
En este proceso, los jurados de cuadrilla, elegidos entre los vecinos por un año, jugaban un papel destacado, junto con los mayordomos. El jurado era una figura política clave en la ciudad de Soria, representante del Común de Pecheros, que tenía muchas funciones, entre ellas, la de organizar las fiestas. La figura del mayordomo fue suprimida en el siglo XVI, pero la del jurado ha sobrevivido hasta la actualidad. Aún hoy el papel del jurado es fundamental en las fiestas, aunque es el único que conserva, un vestigio anacrónico, un retal del pasado, un fósil de otro tiempo.
Cada año, con la llegada del buen tiempo, comenzaban los preparativos. Las cuadrillas hacían balance del año anterior y los vecinos, en asamblea abierta, decidían si querían celebrar fiestas el junio siguiente. Casi todas las cuadrillas celebraban esa reunión en torno a la Cruz de Mayo (3 de mayo), aunque en distintos días. Hoy esa jornada es el "Catapán", que se celebra el primer domingo de mayo y que se ameniza con queso, bacalao, vino y música. Luego comenzaban las gestiones para la compra de un toro bravo a una de las ganaderías del monte Valonsadero. Este trámite se llevaba a cabo a principios de junio en días señalados, que han cristalizado en el "Lavalenguas" y en la "Compra". "Lavar la lengua al toro" era una expresión que significaba algo así como probar el toro, estudiar sus características y decidir si era apto o no.
Originalmente, las cuadrillas se las apañaban para comprar un toro al mejor precio. Eso sí: tenía que ser lo suficientemente grande como para proporcionar carne para todos los vecinos del barrio. Con el tiempo, se unificaron criterios y, hace unos cien años, el Ayuntamiento de Soria estableció que todas las cuadrillas comprarían su toro el mismo día. El día de la Compra se convirtió en una fiesta importante para la ciudad, último paso previo al inicio de las celebraciones. Hoy a estos trámites se les conoce como "presanjuanes".
Los nombres de los días de las Fiestas de San Juan dan cuenta de la parte del ritual que se realiza esa jornada. El Miércoles "El Pregón" se institucionalizó a mediados del siglo XX para dar un inicio solemne a las fiestas, aunque ese acto no existía hasta entonces. El Jueves "La Saca" fue siempre un día de duro trabajo, puesto que había que acudir al monte Valonsadero a por el toro previamente comprado y traerlo hasta Soria. El monte se encuentra a unos seis kilómetros de la capital y no era un festejo multitudinario. Al contrario, sólo unos pocos se encargaban del traslado del ganado a la ciudad. Las celebraciones empezaban una vez que llegaba a Soria. A veces los morlacos se escapaban o tomaban direcciones equivocadas y los vecinos de las cuadrillas pasaban toda la noche en su búsqueda. Sin toro no había fiesta.
El Viernes "de Toros" era un día de celebración. Al principio, cada cuadrilla lidiaba y sacrificaba al toro en sus calles. Luego, con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII, el racionalismo impuso la lidia del toro en un lugar habilitado para ello. En Soria, durante muchas décadas, el lugar elegido fue la Plaza Mayor. Posteriormente, en el siglo XIX, se decidió construir una plaza de toros en los terrenos desamortizados al Priorato de San Benito, un monasterio situado a las afueras del casco urbano. El Coso de San Benito, la "Chata", fue construido entonces para lidiar los toros de las cuadrillas el viernes de San Juan. No obstante, la tradición de los toros enmaromados que recorrían las calles de la capital entre el viernes y el sábado perduró hasta el siglo XX.
Una vez sacrificado el toro, el sábado, su carne cruda se repartía entre los vecinos, en tajadas iguales. Acabadas las fiestas, esos vecinos pagarían a escote la pieza. Por la tarde, los despojos del animal, aquellas partes que no se habían entregado al pueblo, eran subastados en los "Agés" vendiéndolos al mejor postor. Ese día la fiesta se encontraba por los barrios, por las cuadrillas. Al día siguiente, el Domingo "de Calderas" era el día grande, el "día de más esplendor". Las cuadrillas, presididas por los jurados, marchaban a la Dehesa para repartir la caldereta con la carne de toro entre los vecinos. Era un día de caridad, centrando la atención en los pobres de la ciudad, que también recibían su parte. Hoy, las cuadrillas exhiben sus mejores galas ese día y la caldera es un mero elemento decorativo que muestra la creatividad o el mal gusto de quien la diseña.
Y luego llegaban las "Bailas". Antiguamente, ya el domingo por la tarde, el populacho que no acudía a la solemne corrida de toros, seguía la celebración en varios parajes de la ciudad: la Dehesa, las Eras de Santa Bárbara o la pradera de San Polo, junto al Duero. Hoy, estas celebraciones son el Lunes "de Bailas" y se concentran en San Polo, a la orilla del río. El pueblo acudía a merendar, a degustar la carne del toro en compañía de familiares y amigos, y a bailar al son de la música. Ese día, Lunes "de Bailas", en la mañana, se celebraba el único rito religioso de las fiestas: la procesión con los santos de cuadrilla y la pleitesía a la Virgen de la Blanca. Era el preludio del final de las fiestas, del regreso al trabajo.
Las fiestas no han sido inmutables. Los usos y las costumbres son tan cambiantes como los tiempos. El número de cuadrillas (barrios) se ha reducido, pasando de dieciocho a dieciséis y luego a doce, que es el numero de cuadrillas en la actualidad. Hubo años en los que algunas cuadrillas prefirieron no celebrar las fiestas por diferentes razones (protestas, problema financieros) y hubo algunos intentos de maquillar el aspecto pagano de los festejos. En el siglo XVI, la emperatriz Isabel, a solicitud del Obispo de Osma, pidió al Ayuntamiento de Soria la reforma de las fiestas en un sentido más religioso. En el siglo XVIII, el rey Carlos IV prohibió sacrificar toros bravos, con lo que las fiestas quedaron reducidas a la procesión en honor de la Virgen de la Blanca. Desde principios del siglo XXI, el "Desencajonamiento" festeja la llegada de los toros bravos a Valonsadero, porque hoy en el monte no hay reses bravas. Son ejemplos de las transformaciones de los Sanjuanes. Todo cambia y es precisamente el cambio lo que mantiene vivas las fiestas.